¿Cuántas veces me vi a mi misma en el suelo del baño, agachada debajo de él, sintiendo como su saliva caliente caía sobre mí mientras me gritaba? Deja de llorar como una niña. Estás loca. Nadie más te aguantaría. ¿Cuántas veces temblé en el suelo contando mis respiros, volviendo a mí misma después de sofocarme en un ataque de pánico causado por uno de sus habituales abusos? Pero él nunca me golpeó.
¿Cuántas horas permanecí en el suelo del baño después de que él ya se hubiera ido a acostar, con mis ojos rojos causados por vasos sanguíneos rotos? ¿Cuántas veces escuché el sonido de sus ronquidos y me di cuenta de que se había quedado dormido a no más de un metro de distancia de mí, que hiperventilaba aún víctima del ataque de pánico? ¿Cuántas veces susurré fuertemente “¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Cómo me convertí en esta mujer?” ¿Cuántas veces me dije a mi misma que me levantara, pidiera un taxi y saliera por la puerta delantera? ¿Cuántas veces me levanté y me miré en el espejo y no me reconocí? ¿Cuánto odio tuve por la mujer que me miraba de vuelta? Pero el nunca me golpeó.
¿Cuántas veces, en vez de subirme a un taxi, me arrastré a esa cama y desperté con sus brazos alrededor mío y él diciéndome que yo causaba que él fuera así? Él no era así. Yo lo hice ser así. Necesito cambiar la forma en que le hablo sobre ciertas cosas. No usar un tono de acusación. Si tan solo fuera más suave para decirle las cosas, él podría reaccionar de una forma diferente. ¿Cuántas veces hice exactamente eso de cambiar mi forma de decirle las cosas antes de darme cuenta de que la única forma de evitar el abuso era no decirle absolutamente nada? Pero él nunca me golpeó.
¿Cuántos correos electrónicos y mensajes de texto de otras mujeres encontré? ¿A cuántas fiestas me llevó sin saber yo que una de esas mujeres estaba ahí? Aprendí rápidamente a no hablar de eso para así no arruinar YO una velada perfectamente agradable. Cuando un miembro de su familia me preguntaba si un lápiz labial que había encontrado bajo el sofá era mío, lo tiraba a la basura y no hablaba más del tema. Otra humillación recibida en silencio. Pero el nunca me golpeó.
¿Cuántas mentiras difamatorias creó y propagó entre mis antiguos colegas y amigos cuando lo dejé?¿Cuántas veces volví, creyendo cada promesa de que era un hombre cambiado, creyendo cada disculpa que venía de su corazón? Pero el nunca me golpeó.
¿Cuántas veces lo defendí y justifiqué su comportamiento cuando le contaba a algún amigo sobre lo que él había hecho? ¿Cuándo dejé de decirles cualquier cosa a todos para evitar la vergüenza de la locura de las circunstancias en las que vivía, esa vergüenza de ser una mujer fuerte e independiente que no podía cuidarse a sí misma lo suficiente como para alejarse de una situación tóxica? ¿Cuándo dejé de esperar más? Pero él nunca me golpeó.
Nadie entendía de verdad. Nadie lo conocía como yo. Era mi deber el protegerlo de la verdad de lo que él me hacía. No le diría a nadie. Estaba completamente sola. Pero él nunca me golpeó.
Mi soledad significaba que comenzaría a creer lo que él me dijera de mi misma. Comencé a creer en sus explicaciones irracionales a pesar de lo que mi corazón y mis ojos me decían. Le permití que él definiera la realidad. Me aislé. Se me hizo más fácil el alejarme de mis redes de apoyo que tener que mentir sobre él.
Decidí algo. Marqué la línea roja que no cruzaría. El minuto en que él me golpeara, me iría. Pero la verdad es que yo sé que tampoco me habría ido si lo hubiese hecho. Habría racionalizado que al pegarme, él se daría cuenta de cómo se le había escapado todo de las manos. Y todo cambiaría. No lo habría dejado.Al hacerme daño, él me mostraba que me amaba. Le importaba tanto, que se volvía loco. Le importaba tanto que lo superaba la rabia o los celos o la tristeza y simplemente no podía controlarse.
Cuando se terminó, no se me permitió vivir un luto. Nadie entendía como el amor, odio, miedo y comodidad podían existir simultáneamente. No podían comprender que no solo perdí a mi abusador, sino que también a mi confidente, la persona con la cual hacía la cena, la persona con quien veía películas en días lluviosos, la persona con quien reía, la persona que me conocía. Perdí a mi compañero. ¿Cómo le explicas a alguien que el abuso era solo una parte de lo que él era? ¿Cómo te explicas eso a ti misma?
Aún hay días en que recuerdo los lindos momentos y me pregunto si realmente fue tan malo. Como una niña, estoy aprendiendo a redefinir los límites del comportamiento normal y a volver a fijarme expectativas.Me recuerdo a mi misma que los actos de violencia nunca pueden ser actos de amor.
Por primera vez, veo mi propio reflejo en otras mujeres que han escapado de las profundidades de tal oscuridad. Mujeres indescriptiblemente valientes a quienes no he conocido, pero que han compartido sus historias y que, al hacerlo, me han salvado. Esas mujeres me recibieron con su dolor y sin saberlo me convencieron de que no estaba sola, de que merezco más. No había creído esa verdad en mucho tiempo.
El hecho de saber que otras personas estaban en la misma situación que yo, permitió que mi vergüenza se disipara. Solía recurrir a la creencia entrenada de que yo estaba loca, demasiado sensible o que había imaginado todo. No podía reconciliar las ideas de amor y abuso. Me había permitido a mí misma el aceptar que ambos existían. Sus historias me permitieron perdonarme a mí misma. Verme a mí misma en sus ojos me ha permitido ponerle nombre a mi abusador. A definir que mi experiencia fue la de una mujer abusada. Y a seguir adelante.
Hoy rezo porque mis palabras lleguen a mujeres destrozadas mirando sus reflejos en el espejo, y espero que las llenen de fuerza y amor que necesitan para levantarse a sí mismas y salir de las profundidades.