Las emociones nos hablan de quienes somos, de cómo sentimos, de cómo nos enfrentamos a nuestro día a día, a todas aquellas situaciones que nos suceden.
Y como tal, las emociones son neutras: no existen emociones positivas o negativas. Simplemente, cambia la forma en la que las percibimos. Porque las emociones y el género son dos conceptos que guardan mucha relación: mujeres y hombres no percibimos, reaccionamos ni gestionamos igual nuestras emociones, a pesar de que, en realidad, son las mismas.
Podemos afirmar que la forma que tenemos las personas de percibir las emociones está muy influenciada por el género.
Aunque las emociones no tienen género, sí influye nuestro sexo en cómo las percibimos. Mujeres y hombres no nos damos el mismo permiso para experimentar según qué emociones, o no vivimos con la misma intensidad cada una de las emociones que sentimos. Varía, incluso, la forma en la que nos enfrentamos a ellas. Cuando hablamos de las emociones y el género, tenemos que tener en cuenta un factor fundamental: no se nos enseña a vivir de la misma manera. Y nuestra educación de género, esa que recibimos desde nuestra infancia y nos dicta cómo debemos ser y comportarnos en función de nuestro sexo, qué patrones debemos seguir y a qué debemos dar prioridad, influye en todos los aspectos de nuestras vidas, también en las emociones.
Mujeres y hombres nos damos más o menos permiso para conectar con determinadas emociones en función de nuestro género.
Cuando analizamos las emociones y el género vemos que realmente esta socialización, esta educación de género, esta manera de aprender a vivir como mujeres o a vivir como hombres, guarda una profunda relación en cómo percibimos y nos enfrentamos a todo aquello que sentimos.
Las mujeres, por ejemplo, tendemos menos a enfadarnos, o a darnos permiso para enfadarnos. ¿Por qué? Porque desde nuestra infancia la educación de género que recibimos y que nos conforma como mujeres nos enseña que debemos ser sumisas, solícitas, estar a expensas de lo que las demás personas esperan de nosotras. No sabemos decir que no, no sabemos marcarnos límites, y el enfado es, precisamente, una señal de que una persona, o una situación, ha sobrepasado esos límites.
Por contrapartida, las mujeres tendemos más a darnos permiso para conectar y expresar la tristeza, y con ella tapamos nuestro enfado. Cuando una persona o situación sobrepasa nuestros límites, en vez de enfadarnos y enfurecernos, tendemos a entristecernos, y esta tristeza mal enfocada impide que encontremos la causa de nuestras sensaciones, de nuestras emociones.
Por su parte, los hombres encuentran dificultades a la hora de manifestar el miedo. ¿Alguna vez has acompañado a tu padre, hermano, amigo o pareja al médico, y él se ha mostrado enfadado, cascarrabias, gruñón o irritable? En realidad, lo que te está diciendo es que tiene miedo, que está aterrado, pero oculta ese miedo tras un enfado incontrolable.
La importancia de analizar las emociones y el género como un todo
Y es precisamente esta la razón por la que en la Escuela ESEN introducimos la perspectiva de género cuando hablamos de las emociones. Porque si no lo hacemos, si no hablamos de las emociones y el género considerándolo como un todo, nunca aprenderemos a llamar por su verdadero nombre aquello que nos pasa, y este desconocimiento, este «no sé qué me pasa» puede desembocar en que no podamos poner una verdadera solución definitiva a nuestros malestares.
Nos parece fundamental impartir talleres de inteligencia emocional exclusivos para mujeres, porque no nos enfrentamos a nuestras emociones de la misma manera que ellos, pero sí tenemos muchas características en común entre nosotras.
Analizarlo, verlo reflejado en la piel de otras mujeres, es lo que hará que nos demos cuenta y que, a partir de ahí, podamos deconstruirnos para volver a construirnos bajo una nueva forma de ser mujer, bajo una nueva forma de enfrentarnos a nuestras emociones más inteligente, más controlada y que nos dará mejores resultados para afrontar nuestro día a día.
Impartimos nuestros talleres de inteligencia emocional, además, en un entorno incomparable que invita aún más al autoconocimiento, la autoexploración y la desconexión total, de cuerpo y mente, de nuestra rutina diaria. Lo hacemos en uno de los hoteles balnearios de la red Caldaria, en Ourense, y a los talleres de inteligencia emocional acompañan diversos tratamientos termales que nos dejan como nuevas. ¿Te apetece conocer más de estos talleres de gestión de las emociones? Te invitamos a que lo hagas. Porque la mejor inversión que puedes hacer es en ti misma.